martes, 18 de agosto de 2009

MIS CLASES DE FILOSOFÍA, tema 3

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Tema 3. ¿Qué es la ciencia? ¿Qué es la realidad?


Silverio Sánchez Corredera



Tema 3. ¿Qué es la ciencia? ¿Qué es la realidad?

I. ¿Qué es la ciencia?
I.1. Perspectiva histórica del concepto de ciencia.
I.2. Clasificación de las ciencias.
I.3. Distintas ideas filosóficas de ciencia.
I.4. La teoría del cierre categorial.
I.4.1. Ejes del espacio gnoseológico.
I.4.2. Características de las ciencias. Identidades sintéticas y neutralización de las operaciones.


Anexo I. Un ejemplo de identidad sintética: el ADN. Profundización.

ACTIVIDADES.

II. ¿Qué es la realidad?
II.1. Espiritualismo y materialismo. Trascendencia e inmanencia.
II.2. Materialismo pluralista. M, M1, M2 y M3.
II.3. Ego trascendental e hiperrealismo.

Anexo II. La ontología según el materialismo filosófico. Profundización.

ACTIVIDADES.




Dos objetivos principales pretendemos en el presente tema: 1º) aclarar qué es la verdad y 2º) qué es lo real. Para el problema de la verdad la filosofía ha de echar mano de los resultados del conocimiento científico y para el problema de lo real habrá de establecerse la teoría más consistente posible.


I. ¿Qué es la ciencia?
La ciencia es el conocimiento más fiable que ha construido la humanidad. En el sentido estricto de ciencia, estamos ante el único conocimiento universal al que se adhiere intrínsecamente el ser racional, cuando el conocimiento científico ha conseguido objetivarse. Pero el conocimiento científico objetivado no es separable de todo el proceso de institucionalización de las ciencias. Y este proceso está sujeto, como la misma filosofía, a momentos de error y a diversos grados de verdad. Además, los contextos «extracientíficos» en los que necesariamente se desenvuelven las ciencias hacen que sus verdades hayan de ser tomadas pragmáticamente (no tanto sintáctica o semánticamente) dentro de una perspectiva histórica, relativa y procesual, y marcada por los contextos culturales y políticos.

La ciencia desvela verdades, sí, pero siempre son parciales y, además, se hace preciso señalar siempre qué se entiende por verdad y qué por falsedad, y cuáles son sus límites y sus criterios, y esta no es ya una cuestión estrictamente científica, sino filosófica. El mapa del conjunto de las ciencias sólo puede ser trazado por un saber exterior a ellas mismas, aunque este saber ha de ser connivente con ella; y, asimismo, el estudio de la metodología científica sólo puede se seguido por una reflexión de segundo grado, es decir, por la filosofía.

Cuando hablamos de ciencia lo hacemos aquí en su sentido estricto, porque el concepto de ciencia se utiliza en un sentido lato y en un sentido preciso. El sentido lato se adhiere a la asimilación de los significados de ciencia y conocimiento y, así, puede hablarse de la ciencia del buen escanciador o de la ciencia que posee quien es un buen moralista. Es este un uso trivial y nada preciso. El sentido preciso y estricto de ciencia ha de ser puesto de manifiesto mediante la filosofía de la ciencia. Lo primero que habremos de poner de manifiesto es que el concepto de ciencia se ha ido constituyendo históricamente.


I.1 Perspectiva histórica del concepto de ciencia
En el desarrollo histórico del despliegue de las ciencias pueden distinguirse cuatro grandes estadios, en las que el concepto de ciencia significó cosas diferentes. (Seguimos y citamos en el entrecomillado siguiente a Gustavo Bueno: La fe del ateo, 2007, pág. 234, con algunas remodelaciones nuestras):

«Primer estadio: la ciencia aparece significando en primer lugar un saber hacer. Estamos en el primer despliegue científico-filosófico correspondiente a la cultura griega clásica.

Segundo estadio: la ciencia se define como sistema de proposiciones derivadas de principios ciertos. Esta fue la idea de ciencia que defendió Aristóteles en sus Segundos analíticos, y la que permitió a los comentaristas judíos, cristianos o musulmanes de textos revelados considerar sus teologías dogmáticas como ciencias en el sentido aristotélico, sin más que cambiar las premisas o axiomas naturales, procedentes de las respectivas revelaciones.

Tercer estadio: las ciencias van a ser las ciencias positivas, aparecidas en la época moderna (Mecánica, Termodinámica, Química…), al lado de la Geometría griega. Galileo, Newton, Lavoisier, etc., son aquí los referentes. Fundamentalmente se tratará de las llamadas ciencias naturales, confrontadas con las ciencias humanas que vendrán en el último estadio. Este estadio supone un corte con los dos anteriores, reteniendo de él, eso sí, la metodología deductiva de las matemáticas, como uno de los elementos fundamentales del método científico moderno (hipotético-deductivo y experimental).

Cuarto estadio: el concepto de ciencia se amplía desde las meras ciencias positivas a las llamadas ciencias humanas, tales como la Lingüística, la Sociología, la Antropología, la Economía política…, a partir sobre todo de la segunda mitad del siglo XIX. Estas temáticas habían permanecido hasta el momento en el territorio de la filosofía y se trataba, en lo sucesivo, de dotarlas del método científico que las ciencias positivas ya habían conseguido, lo que significaba también alejarlas del puro método filosófico.»


I.2. Clasificación de las ciencias

La clasificación más habitual de las ciencias es aquella que distingue entre ciencias formales, ciencias naturales y ciencias humanas:

Ciencias formales: matemáticas y lógica.
Ciencias naturales: mecánica, dinámica, astronomía, termodinámica, química, biología, bioquímica, genética, geología, etc.
Ciencias humanas: economía política, sociología, antropología, psicología, etc.

El materialismo filosófico ha propuesto una clasificación más precisa que esta convencional, distinguiendo entre ciencias alfa-operatorias (a-operatorias) y beta-operatorias (ß-operatorias).

Ciencias a-operatorias: cuando en el campo de estas ciencias no aparece entre sus términos el sujeto de conocimiento (sujeto gnoseológico), porque ha podido segregarse fuera del campo de la ciencia las operaciones de ese sujeto. Corresponde a las ciencias naturales y formales. Las verdades objetivas de estas ciencias acaban por ser independientes (externas) a los científicos a través de cuyas operaciones se fueron constituyendo.

Ciencias ß-operatorias: cuando en el campo de estas ciencias aparece entre sus términos el sujeto gnoseológico, porque no ha podido segregarse fuera del campo de la ciencia las operaciones de ese sujeto. Las operaciones del científico no son externas al campo científico, pues permanecen como fenómenos suyos. Corresponde a las ciencias humanas, en general, y sólo en principio.

Pero las ciencias a-operatorias y las ß-operatorias no han de entenderse como dos realidades separadas e imposibles de unir, porque las ciencias en su formación pueden ir abriéndose paso desde las metodologías ß a las a. Dentro de la caracterización general de metodologías a--operatorias y ß-operatorias pueden distinguirse estados a-1 y a-2 (a su vez dividido este último en modos I-a2 y II-a2), y estados ß-1 y ß-2 (a su vez dividido el primero en modos I-ß1 y II-ß1). Este desarrollo es habitual verlo en el campo de las ciencias humanas. Cuando las ciencias humanas alcanzan niveles a-1 dejan de ser ciencias humanas para convertirse en ciencias naturales, como es el caso de la Reflexología de Pavlov. En el extremo opuesto, la metodología ß-2 nos lleva a un concepto de ciencia que diluye su entidad para convertirse en tecnologías o praxeologías, como la Jurisprudencia, la Ética o la Política económica. Los estados I-a2, II-a2, I-ß1 y II-ß1 apuntan a una escala diferenciada a través de la cual las operaciones del hombre de ciencia (especialmente en el ámbito de las ciencias humanas) llevan a cabo distintas modalidades de segregación parcial de las operaciones.

Por su parte, las ciencias formales (matemáticas y lógica), a pesar de su nombre, son tan materiales como las demás. Esto es, los números, las figuras y los símbolos lógicos, a pesar de su abstracción, precisan de procesos materiales para su constitución, incluso procesos fisicalistas (como trazar líneas). Pero, además, los mismos números, figuras y símbolos en su abstracción no representan un nivel espiritual (no material) de la realidad sino un distinto género de materialidad. Es verdad que los elementos formales de estas ciencias pueden desplegarse con mayor inmediatez que en otras ciencias, pero su carácter material le es igualmente consustancial. La forma, en el materialismo filosófico, es siempre un modo de ser de la materia, es decir, la forma es, paradójicamente, también materia: tan material son dos objetos m y n como la distancia que los separa; sin embargo, la materialidad que separa a estos dos objetos es de otro orden a los objetos mismos, de manera que nuestra forma de operar con esta materia de la distancia la ejercitamos a través de elaboraciones necesariamente formales, que son en general mucho más cambiantes que los objetos mismos.

I.3. Distintas ideas filosóficas de ciencia
Francis Bacon señaló en el Novum Organum (1620) que el falso conocimiento se comporta de tres maneras diferentes: supersticiosa, sofística y empírica.
El conocimiento supersticioso se desprestigia fácilmente, al ser contrastado con el estricto conocimiento científico-filosófico. La superstición, la astrología, la adivinación, los presagios, las quimeras… son propias de las mentes que toman nota de las predicciones realizadas, pero que prescinden por completo de los casos en donde quedan refutadas. Bacon lo aclara con un ejemplo: «Me agrada mucho la respuesta de aquel a quien enseñándole colgados en la pared de un templo los cuadros votivos de los que habían escapado del peligro de naufragar, como se les apremiara a declarar en presencia de tales testimonios si reconocía la providencia de los dioses, contestó: “¿Pero dónde se han pintado los que, a pesar de sus oraciones, perecieron?”. Así es como procede toda superstición…» (Francis Bacon: Novum Organum, I, 46).
El conocimiento sofístico es asimilado por Bacon al racionalismo, mientras que el conocimiento empírico lo es al empirismo. El método empírico acostumbra a fundarse en los «límites estrechos y oscuros de un reducido número de experimentos», lo que le empuja a conclusiones precipitadas y parciales. Por su parte, el racionalismo actúa dogmáticamente llegando a unas conclusiones desde unas premisas que él mismo extrae de su mente sin ser confirmadas por la experiencia. Ni el racionalismo ni el empirismo, cada uno por su lado, pueden sacarnos de los errores a los que se inclina fácilmente el imaginario humano (ídolos de la tribu, de la caverna, del foro y del teatro, en palabras de Bacon). Es preciso, entonces, un buen método científico, completo y consistente, que nos aleje de los errores comunes en que solemos incurrir.
Hormigas, arañas o abejas. ¿Tomaremos el método científico del ejemplo del trabajo de las hormigas, del de las arañas o del de las abejas?, se pregunta metafóricamente Bacon. «Los empíricos, semejantes a las hormigas, sólo saben recoger y gastar; los racionalistas, semejantes a las arañas, forman telas que sacan de sí mismos; el procedimiento de la abeja ocupa el término medio entre los dos; la abeja recoge sus materiales en las flores de los jardines y los campos, pero los transforma y los destila por una virtud que le es propia» (Novum Organum, I, 95). El método científico ha de seguir, pues, los pasos de la íntima unidad de acción de la facultad experimental y de la racional, a imitación del método que representan las abejas.
Francis Bacon representa en el siglo XVII el esfuerzo por fijar un método científico limpio de las excrecencias supersticiosas, de los defectos parciales y de los excesos dogmáticos. Y vio la vía en la independencia de la razón respecto de la fe, y en la interdependencia entre la razón y la experiencia. ¿Qué vía cabe hoy defender, tras el despliegue portentoso de las ciencias en estos últimos cuatro siglos?
Las filosofías de la ciencia hoy acostumbran a ver el método científico según estos cuatro modelos gnoseológicos: el descripcionismo, el teoreticismo, el adecuacionismo y el circularismo.
Descripcionismo. El descripcionismo gnoseológico hace depender la verdad científica de los hechos, los fenómenos, las sensaciones… Los descripcionistas se asemejan a las hormigas de Bacon. Las ciencias tendrían aquí la función de representar o pintar lo que ven de la realidad a base, eminentemente, de la recogida empírica de datos. Representan filosóficamente una postura realista, frente a la tentación del idealismo. La materia de las ciencias sería lo relevante y no hay que dejarse atrapar en los formalismos idealistas.
Teoreticismo. El teoreticismo gnoseológico hace depender la verdad científica en el proceso formal de construcción de conceptos o de enunciados sistemáticos y coherentes. Los teoreticistas se asemejan a las arañas de Bacon. Las ciencias no son nada sin lo que tienen de teoría: teoría hipotético-deductiva, concretamente. Los axiomas en los que se basa la ciencia reciben su verdad del proceso formal de su coherencia o validez, sin necesidad de remitirse a la verdad material. Predomina, entonces, la función formal, abocando al formalismo, y desde aquí al idealismo. El idealismo ve en el realismo una concepción ingenua e insuficiente de la realidad, y para superar la supuesta candidez de las teorías realistas insiste en los componentes aprióricos que la mente humana pone en todo conocimiento. Sin las redes que la mente humana fabrica no podrían recogerse los «peces» o conocimientos científicos positivos.
Adecuacionismo. El adecuacionismo gnoseológico hace depender la verdad científica de la correcta correspondencia (adaequatio) entre las construcciones formales de las ciencias y la materia empírica. Los adecuacionistas se asemejan al esfuerzo por coordinar el trabajo de las hormigas y el de las arañas. Aspiran a armonizar la vertiente realista con la idealista en nuestro conocimiento, sobrentendiendo que esos dos elementos, lo real y lo ideal, se dan separadamente.
Circularismo. El circularismo gnoseológico hace depender la verdad científica de la inextricable unión de la forma y la materia de las ciencias, sin conceder que cualquiera de esos procesos pueda funcionar independiente o aisladamente. Tomar la materia de la ciencia nos sitúa inmediatamente y necesariamente ante su forma (no hay materia sin forma) y centrarnos en la forma de la ciencia no es posible si no es sobre alguno de sus diversos niveles o géneros de materialidad. La verdad científica procede de determinados componentes materiales conjuntamente con determinados componentes formales, de modo que ambas partes se exigen circularmente sin poder dar prioridad o alguno o sin poder separarlos realmente: no se trata de un círculo vicioso sino de un circularismo diamérico, es decir de dos procesos reales imbricados por la dialéctica de las cosas mismas y que se apoyan el uno en el otro necesariamente. Materia y forma son para el circularismo distinguibles abstractamente, pero no separables realmente. Podríamos poner aquí el ejemplo de la abeja de Bacon, en cuanto entendamos que la recogida del polen es un proceso tan formal como material y que la producción de la miel es un proceso tan material como formal.

I.4. La teoría del cierre categorial

La teoría del cierre categorial (TCC) parece ser la más potente, comparada con las teorías de la ciencia actuales. La TCC ha sido desarrollada por el creador del materialismo filosófico: Gustavo Bueno, filósofo español nacido en 1924, quien propone el circularismo gnoseológico como modelo más acertado de teoría de la ciencia.
[Enlace con G. Bueno: http://www.fgbueno.es/gbm/index.htm]
Desde el circularismo se efectúa la siguiente crítica sobre los otros tres modelos: el descripcionismo reabsorbería la forma en la materia; el teoreticismo, al contrario, reduciría la materia a la forma, que resultaría preeminente; y el adecuacionismo entendería la materia y la forma como dos elementos yuxtaponibles y en el límite separables (al modo como serían separables el alma y el cuerpo, por ejemplo). La verdad de las ciencias tiene que ver con reconocer en sus partes componentes dos escalas: la escala de las partes materiales y la escala de las partes formales.
La TCC señala que la verdad científica es el resultado de una relación compleja entre partes formales y partes materiales, dadas a través de nueve figuras. Estas nuevas figuras se entienden dispuestas en tres ejes del espacio gnoseológico: eje sintáctico, eje semántico y eje pragmático.

I.4.1. Ejes del espacio gnoseológico
Eje sintáctico: términos, operaciones y relaciones.
Eje semántico: referenciales fisicalistas, fenómenos y esencias.
Eje pragmático: autologismos, dialogismos y normas.

Ejemplos aplicados a la química y a la astronomía sobre estas figuras con las que la ciencia se trenza:
Eje sintáctico:
Términos químicos: oxígeno, hidrógeno, hierro, helio, sodio, cloro, cloruro sódico, etc.
Términos astronómicos: planeta, satélite, estrella, galaxia, etc.
Operaciones químicas: mezclar elementos químicos, oxidar, sublimar un elemento, etc.
Operaciones astronómicas: observar la retrogradación de los planetas, calcular la distancia a la luna, determinar la hora solar con un gnomon, medir la eclíptica, etc.
Relaciones químicas: el establecimiento de las leyes de composición química de las sales, o de las leyes de composición de los hidróxidos, etc.
Relaciones astronómicas: las tres leyes de Kepler, la ley de la gravitación universal de Newton, conocer la periodicidad del cometa Halley, la correcta predicción de un eclipse, etc.

Los términos del eje sintáctico han de aparecer como conceptos bien definidos, frente a los conceptos vagos de las pseudociencias, los conceptos imprecisos de la opinión mundana o las ideas de la filosofía, las cuales, frente a los conceptos categoriales de la ciencia (conceptos bien definidos y cerrados) son conceptos abiertos: ideas filosóficas. En el tramo de las operaciones se destacan como elementos muy importantes los operadores, como pueden ser los telescopios, microscopios, matraces, tubos de ensayo, etc. característicos de las operaciones de los científicos.

Eje semántico:
Referenciales fisicalistas de la química: un trozo de hierro, una roca lunar, el agua del mar, los componentes concretos de la atmósfera terrestre, etc.
Referenciales fisicalistas de la astronomía: la Luna, el Sol, Mercurio, Venus, Marte, etc.
Fenómenos de la química: observar la oxidación del hierro, comprobar la evaporación de un líquido y observar las sales precipitadas, reconocer el brillo del oro, etc.
Fenómenos de la astronomía: observar las fases de la luna, guiarse por la estrella polar, distinguir (erróneamente) la estrella matutina de la estrella vespertina, etc.
Esencias de la química: la molécula H2O como constitutiva del agua, la estructura atómica particular constitutiva de los distintos elementos de la tabla periódica, el punto de fusión del helio, etc.
Esencias de la astronomía: las órbitas elípticas del sistema solar, la aceleración y desaceleración de los planetas en sus órbitas, la inercia, la gravitación, el flujo y reflujo de los mares, etc.

Sin los referenciales fisicalistas no hay ciencia. De este modo, resultará imposible hacer ciencia sobre los fantasmas, sobre los ángeles o sobre los seres mitológicos… Es decir, no es suficiente con que las cosas se den como puros fenómenos (psicológicos, imaginados, etc.). La alquimia representa, de algún modo, la prehistoria de la química; el fallo radical de la alquimia consistió en pretender llegar a esencias imposibles (como la piedra filosofal) desde referenciales fisicalistas efectivos.

Eje pragmático:
Autologismos de la química: los cálculos mentales de Lavoisier para establecer la ley de conservación de la masa en las reacciones químicas, las elucubraciones de Mendeléiev para establecer la ley periódica de los elementos, etc.
Autologismos de la astronomía: La conjetura de Kepler para considerar a la elipse como sustitutoria de la circunferencia en el momento de intentar establecer la trayectoria de los planetas, las cavilaciones de Galileo al observar los cráteres de la Luna con su telescopio.
Dialogismos de la química: una clase en la Facultad de Químicas, la publicación en una revista especializada de un hallazgo científico, etc.
Dialogismos de la astronomía: las lecturas de Copérnico (1473-1543) sobre la hipótesis heliocéntrica de Aristarco de Samos (s. III a. C.), las discusiones sobre la entidad de los agujeros negros, etc.
Normas de la química: la notación establecida de los distintos elementos químicos, las convenciones internacionales de los científicos, el principio de causalidad, el principio de no contradicción…
Normas de la astronomía: el establecimiento del año luz, las convenciones internacionales de los científicos, el principio de causalidad, el principio de no contradicción…

Es preciso en toda ciencia un sujeto gnoseológico capaz de un determinado nivel de construcción compleja de sus autologismos y con un bagaje de conocimientos solo posible a través de la red de dialogismos de su contexto social. Estos dos tramos pueden adquirir consistencia gracias al lenguaje universal compartido: las reglas y leyes lógicas.

I.4.2. Características de las ciencias. Identidades sintéticas y neutralización de las operaciones
La ciencia consigue el cierre categorial de los términos con los que trabaja cuando consigue establecer identidades sintéticas. ¿Qué son las identidades sintéticas?
Partiendo de los fenómenos observados en los referenciales físicos, a través de un lenguaje bien definido de conceptos (con categorías científicas como plutonio, helio o nitrógeno) y de las operaciones oportunas sujetas a experimentación, y en el contexto de un proceso de autologismos consistentes y de dialogismos válidos y de la aplicación del nivel de normas científicas a las que se ha llegado en un determinado momento histórico, en el marco de un contexto determinante, un sujeto consigue reconstruir las esencias de la realidad (la gravitación, por ejemplo) a través de unas relaciones (la ley de gravitación universal) expresadas en un lenguaje matemático, formalizado o bien estructurado.
Cuando en el tramo de las relaciones (partiendo de todos estos elementos sintácticos, semánticos y pragmáticos previos) se consigue reconstruir o editar mediante una fórmula, ley o teorema que exprese objetiva y universalmente una esencia de la realidad, nos hallaremos ante una identidad sintética o verdad científica. Esta verdad científica pasará a formar parte de las normas con las que habrá que contar en el momento de proseguir con nuevas investigaciones científicas.
Las ciencias miden su cientificidad en función del número de identidades sintéticas que han conseguido establecer.
La identidad sintética es una «verdad objetiva» y no una mera «verdad subjetiva» (no es un mero estado de certeza mental) porque en el establecimiento de la relación (por ejemplo en el teorema de Pitágoras) el sujeto operatorio es totalmente segregado de los elementos intervinientes en la relación formalizada, relación establecida en un contexto de justificación (la demostración científica), una vez que el sujeto operatorio ha llevado a buen término su tarea moviéndose en el contexto de descubrimiento. Los intereses, fines, esfuerzos, especulaciones, etc., humanos dejan de influir en la conformación de la relación buscada, puesto que ha conseguido su cierre sintético como verdad en virtud de la relación objetiva que sus términos reconstruyen. De este modo, el sujeto gnoseológico es segregado del proceso y deja de interferir en él, con lo que los elementos más o menos subjetivos (operaciones, fenómenos, autologismos, etc.) quedan neutralizados, mientras que los elementos universalizantes y objetivadores, como son las relaciones, las esencias y las normas entran en una relación entre sí de carácter evidente y cerrado.
Con todo, en el proceso de constitución de las ciencias hay que hablar no tanto de «la» verdad sino de escala de la verdad, y de ahí, que haya que distinguir también entre las ciencias alfa-operatorias y las beta-operatorias.
Las ciencias poseen, de esta manera, las siguientes características:
En el contexto de justificación:
1) Establece verdades objetivas: identidades sintéticas. 1.1) Sustituyen las meras certezas subjetivas por verdades objetivas: con la neutralización de las operaciones. 1.2) De ahí, también, que la verdad de la ciencia sea predecible.
2) Sus verdades son demostrables: son verificables; y si son verificables es porque en el proceso de su descubrimiento han podido ser falsables (aspecto en el que insistió K. Popper). 2.1) Si es verificable es porque es también experimentable.
3) Sus verdades son universales. Frente a las verdades» con las que puede trabajar la filosofía, las verdades científicas no dependen ya de la actividad polémica o de doctrinas concretas de escuelas rivales; ahora bien, en el contexto de descubrimiento, o sea, en el proceso de búsqueda de la identidad sintética, la polémica, la rivalidad, los errores y las hipótesis enfrentadas habrán formado parte necesariamente del campo de la actividad científica. La ciencia comparte tramos de investigación con la filosofía, y le debe su propia autocomprensión (a través de la epistemología, de las teorías de la ciencia, de la filosofía de la ciencia y de la gnoseología), pero frente a la filosofía que mantiene su campo de búsqueda de verdad sin posibilidad de ser cerrado (puesto que tiene que abordar el estudio de aquellos principios más generales acerca de la estructura de la realidad, realidad que nunca está dada por completo), la ciencia se dispone en aquellos planos característicos de la realidad (categorías reales) que ella misma va fundando y cerrando autónomamente, como son el nivel de las realidades mecánicas, o químicas, o bioquímicas o genéticas o biológicas o psicológicas o etológicas, etc. Es decir, mientras que la ciencia puede ir cerrando sus distintos campos de verdades, la filosofía ha de tener su espacio necesariamente abierto, porque está ineludiblemente dirigida hacia la ontología. La ciencia puede trabajar con categorías (conceptos cerrados, como el átomo de oxígeno o el planeta Júpiter), mientras que la filosofía ha de abrirse a las ideas (conceptos abiertos, como el concepto de justicia, de felicidad, de belleza o de verdad) y, además, ha de reflexionar en segundo grado sobre el resto de saberes.
En el contexto de descubrimiento:
4) Las ciencias surgen genealógicamente de las técnicas.
5) Las ciencias conjuntamente con las técnicas dan lugar a las tecnologías.
6) Las ciencias van elaborando sus propias metodologías científicas, históricamente condicionadas. La metodología científica exige que sus conocimientos sean experimentables (no sólo sujetos a experiencia sino a experimentación), demostrables y verificables, predictibles y universalizables, en virtud de las identidades sintéticas que consigue reconstruir.
7) Las verdades científicas surgen como consecuencia de múltiples líneas de confluencia de investigación, de observación, de recogida de datos, de contrastación, de ensayo y error, de hipótesis de trabajo múltiples y enfrentadas, de procesos de inducción (generalizaciones a partir de casos concretos) y de deducciones formales, pero las identidades sintéticas no se configuran y no aparecen al conocimiento humano si no es a partir de esquemas de identidad que trabados en estructuras cognoscitivas estables precipiten los contextos determinantes desde los que los teoremas y las verdades científicas van a poder ser reconstruidos. Un contexto determinante para que la geometría aparezca como ciencia es, por ejemplo, el triángulo (utilizado en las edificaciones, como las pirámides), en cuanto objeto de trabajo, manipulación y estudio, y en cuanto el triángulo contiene realmente esquemas de identidad como que la suma de sus tres ángulos equivale siempre a un ángulo llano, para que dadas estas condiciones, Tales, Pitágoras y los demás geómetras establecieran un caudal de regularidades universales que son las que van a dar lugar a la geometría como ciencia. Un sujeto genial y muy inteligente, desde sus propios autologismos y desde sus propias cogitaciones tautológicas, nunca podría desarrollar la geometría si no actúa desde el contextos determinantes precisos, como el de la existencia operatoria y conceptual de los triángulos (o de las cónicas o de la circunferencia, etc.).

Anexo I. Un ejemplo de identidad sintética: el ADN. Profundización.
(Esta anexo está tomado del libro de texto Filosofía, 1º bachillerato, Eikasía editorial, 2004, tema 4, apartado 9. Autor del tema 4: Fernando Miguel Pérez Herranz. Coordinadores del libro de texto: Silverio Sánchez Corredera y Pablo Huerga Melcón).Las ciencias se constituyen al establecer identidades sintéticas. Un ejemplo espectacular —el descubrimiento de la estructura del ADN— aclarará este concepto.
Si nos olvidamos por un momento de la eficacia y del poder de las ciencias y nos centramos en su perspectiva gnoseológica, las ciencias se presentan como síntesis de múltiples cursos de operaciones realizadas en distintos campos científicos, cuyos términos están en ocasiones muy alejados entre sí. Veamos el espectacular caso del descubrimiento de la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN). Si seguimos el despliegue del libro de James Watson, La «doble hélice», podremos observar de manera desenfadada y brillantísima lo que es una investigación científica: Por una parte, el mundo social que rodea a los investigadores con todas las ambiciones psicológicas de los personajes, el uso que se hace hasta de los amigos y familiares (Watson está dispuesto a emparejar a su hermana con el cristalógrafo Wilkins para sacarle información, etc).
Por otra, las múltiples líneas de investigación que sintetizan Francis Crick y James Watson en el teorema de la «doble hélice»: a) La teoría de la evolución, cuyo mecanismo de la selección natural fue propuesto por Charles Darwin (1809-1882). b) Los experimentos de monje agustino George Mendel (1822-1884) que unifica todo lo concerniente al «problema de la herencia»: los factores genéticos son factores hereditarios «discretos», que retienen cada uno su propio carácter y no son fluidos que se mezclan (según el modelo aristotélico). En 1900 Hugo de Vries (1948-1935), Erich von Tschemark (1871-1962) y C.E. Correus (1864-1933) reproducen el trabajo de Mendel y Herman J. Muller (1890-1967), descubre en 1927 que los genes podían mutarse artificialmente por medio de rayos X. c) El interés de los citólogos por conocer cómo y por qué se produce el nacimiento de un ser a partir de sus padres. Antón van Leeuwenhoek en el siglo XVII había descubierto con el uso del microscopio unas minúsculas partículas que llamó «animáculos» en el fluido seminal masculino, los espermatozoides (1677). Regnier de Graaf describió el fulínculo ovario, confirmado experimentalmente por Karl Ernst von Baer en 1827. Oscar Hetwig (1849-1922) observa directamente el proceso de fertilización de un erizo de mar en el microscopio. d) Walter Sutton (1877-1916) une las dos líneas de investigación mendeliana y citológica y, en un artículo de 1902, advierte que los cromosomas se comportan como factores mendelianos: se presentan uno por cada progenitor. e) En 1910 Thomas Hunt Morgan (1866-1945) experimentando con la ya mítica mosca Drosophila melanogaster
indica que los factores hereditarios no son entidades abstractas, hipotéticas, útiles para salvar ciertos fenómenos, para explicar los fenómenos detectados por Mendel sino que son estructuras materiales contenidas en los cromosomas, a las que llama genes. f) George Wells Beadle (1903-1989) y Edward Lawrie Tatum (1909-1975) redefinen el concepto de gen: según la fórmula: «un gen, un enzima». g) Los genes son entidades físicas, mas ¿qué tipos de moléculas explicaban la herencia? ¿Las proteínas o los ácidos nucleicos? Siguiendo las experiencias de Griffith, Oswald Avery (1877-1955) del New York’s Rockefeller Institute
, descubre en 1944 que el auténtico portador de la herencia no es la proteína, sino un tipo de moléculas: el ácido desoxirribonucleico. h) Tras la Segunda Guerra Mundial, los físicos cuánticos se incorporan la investigación animados por un libro ¿Qué es la vida? (1944), escrito por el maestro de todos ellos Erwin Schödinger (1887-1951), quien tiene puestas sus esperanzas en resolver el problema de la vida por la vía de la física cuántica, Schrödinger define el gen como un cristal aperiódico con irregularidades locales en las que aparece escrito el mensaje genético sobre un fondo aperiódico. En el California Institut of Tecnologie de Pasadena, codirigido por Max Delbrük (1906-1981) y Salvador Luria (1912-1991), están tratando de desentrañar el «misterio de la vida»: ¿cómo controlan los genes la herencia celular? Reproducen bacterias infectándolas con un virus llamado fago (de ahí el nombre de «grupo Fago»), el cual, o bien destruye la bacteria en la que se aloja, o bien se estabiliza y las bacterias se multiplican perpetuando el virus. i) Erwin Chargaff (1929-1992), bioquímico austríaco que trabaja en Columbia, observa algunas curiosas regularidades: en cada muestra de ADN siempre hay un número similar de moléculas de adenina y de timina, así como de citosina y guanina. j) Pero hacía falta algo más: el análisis de la estructura del ADN a través de rayos X. Si se miden los ángulos en que la intensidad con que las caras del cristal reflejan los rayos X se puede deducir la forma en la que se encuentran los átomos en el espacio. Maurice Wilkins (1916-) piensa que si el ADN absorbe la luz ultravioleta habría de poder observarse el movimiento del ADN celular a través del microscopio. Wilkins realiza fotografías del ADN muy fiables y Rosalind Franklin (1920-1958), por su parte, descubre el tipo de difracción β-ADN sobre ADN humedecido. k) Linus Pauling (1901-1994), el genial químico que trabaja en el California Institute of Tecnologie, considera que la biología molecular era una parte de la química estructural y que los “misterios de la vida” se desvelarán utilizando conceptos químicos bien fundados: conocimiento del carbono y los enlaces que mantiene los átomos, etc. Considera más interesante construir esos modelos hipotéticos que calcular las coordenadas exactas de los componentes del cristal (camino que siguen Wilkins y Rosalind) y presenta un modelo del ADN que llamaba «hélice-α»: los aminoácidos que integran las moléculas de proteínas están dispuestos den forma de hélice y sugiere que lo mismo podría ocurrir a la molécula del ADN.
Pero la síntesis de toda esta investigación la consiguen James Watson (1928) y Francis Crick (1916-) que proponen el 28 de febrero de 1953 el esquema de la estructura de los ácidos nucleicos como dos cadenas lineales enroscadas entre sí formando una espiral alargada: la «doble hélice».
Así pues, parece que el descubrimiento de la estructura del ADN poco tiene que ver con la genialidad de unos u otros, sino que es el resultado de múltiples cursos operatorios de verdades muy heterogéneas que confluyen en una identidad sintética: “[Watson y Crick] se encerraron —comenta J. Fried— juntos en el laboratorio y empezaron a pensar sobre todo el conjunto de datos de que ya disponían”. No hay nada aquí que tenga que ver con correspondencias o ajustes entre el pensamiento y la realidad, sino entre partes de la materia entre sí.

ACTIVIDADES

I. COMENTARIOS DE TEXTO:

Cualquier capítulo, apartado o fragmento significativo puede ser comentado, debiendo aclararse 1) los conceptos fundamentales, 2) el significado del texto en su contexto general y 3) el problema que subyace al problema planteado.

II. RESÚMENES Y ESQUEMAS
El tema completo, junto con cada temática diferenciada, ha de ser resumido, teniendo en cuenta los distintos apartados. En paralelo a los resúmenes, algunos esquemas de las ideas fundamentales que se van desplegando acabarán por fijar lo fundamental de los contenidos.

III. CONCEPTOS Y AUTORES

III.1. Conceptos que han de ser definidos aisladamente o puestos en la relación conveniente:
Ciencia, estadios históricos del concepto de ciencia, ciencias formales, ciencias naturales, ciencias humanas, ciencias alfa-operatorias, ciencias beta-operatorias, descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo, circularismo, teoría del cierre categorial, ejes del espacio gnoseológico, Eje sintáctico: términos, operaciones y relaciones. Eje semántico: referenciales fisicalistas, fenómenos y esencias. Eje pragmático: autologismos, dialogismos y normas. Identidad sintética, neutralización de las operaciones. Conceptos, categorías e ideas. Identidad sintética y verdad. Características del contexto de justificación de las ciencias. Características del contexto de descubrimiento de las ciencias.

III.2. Autores a identificar y glosar: Francis Bacon, Gustavo Bueno.

IV: TEMÁTICAS (han de ser desarrollos completos, hilvanados y argumentados sobre el tema propuesto):

Teoría del cierre categorial.

V. CREACIÓN FILOSÓFICA.

Reflexión crítica sobre el concepto de verdad y su relación con los saberes en general y con la ciencia en particular.
II. ¿Qué es la realidad?
¿Qué es lo real? Las distintas ciencias saben cómo se comporta lo real, cómo se comportan distintas categorías de lo real, pero no saben qué es «la» realidad.

Las ciencias saben cómo se comporta la realidad en el interior de las categorías que constituyen, y, a este nivel, establecen qué es lo real: muestran «hiperrealistamente» que lo real-existente se identifica con lo real-conocido, a sabiendas de que no lo agotan, sumido como está el conocimiento en un proceso inacabado e inacabable de cancelación de las apariencias. Pero aunque las ciencias tengan la virtud, a través de sus identidades sintéticas, de volver absurda y artificiosa la distancia definitiva, nihilista o escéptica, entre «el ser» y «el conocer», mostrando que son dos perfiles de lo mismo, en último extremo las ciencias no saben qué es «la» realidad, porque sólo conocen alguna de sus «partes». Por eso, porque las categorías científicas son cerradas, están también limitadas en sus fronteras de conocimiento, incapaces de estrechar mediante el lenguaje de sus teoremas una realidad que desborda sus propias categorías: un biólogo no puede rendir cuentas, desde su propia ciencia, de las neurosis de una mente porque el concepto «neurosis» no se incluye entre sus términos (podrá, en todo caso, cooperar con datos relevantes a su esclarecimiento por parte de la psicología). Las ideas de la filosofía son las encargadas de traspasar los límites categoriales de las ciencias y desde su logos inter-categorial y trans-categorial puede mostrar así otras conexiones racionales, valiéndose de aquellos conceptos capaces de componer teorías que puedan ser consistentes al ser sometidas al contraste de las verdades científicas y de los principios universales impuestos por la experiencia.

Una ingenuidad latente, persistente y positivista puesta a funcionar desde diversas teorías cientificistas suele empujarnos a sufrir la impresión de que con la física de partículas o con las teorías cosmológicas, por ejemplo, vamos a obtener la «historia» de lo real o a acceder al «ladrillo» constitutivo último de la realidad. Sin embargo, lo que se consigue es obtener nuevos planos de una realidad que se nos muestra inagotable y dinámica.

Para saber qué es lo real no podemos prescindir de las ciencias, pero ellas no nos muestran más que recorridos parciales, cuando consiguen fijarlos en sus identidades sintéticas. Sólo desde una perspectiva filosófica puede accederse, si no a una teoría de «la» realidad (porque renunciamos a esta pretensión metafísica), sí a un marco lo más amplio posible, capaz de contener la perspectiva de las diversas categorías científicas y capaz de establecer una articulación óptimamente racional entre la «realidad conocida» y la realidad tanto «cognoscible» como «incognoscible». Sólo en el contraste de razones podremos medir la consistencia interna de las teorías y su validez relativa.

II.1. Espiritualismo y materialismo. Trascendencia e inmanencia
Dos han sido los grandes caminos recorridos en la historia de la filosofía para dar cuenta de «la realidad»: el espiritualismo y el materialismo.
El espiritualismo se coordina en la historia de la metafísica con el principio de la trascendencia del mundo, mientras que el materialismo se coordina en la historia de las ontologías con el principio de la inmanencia del mundo.

¿Qué es la realidad? Desde la perspectiva metafísica defensora de la trascendencia se responderá que esta realidad, este mundo más o menos conocido, se explica desde otra realidad trascendente a él, más allá de él, desde la cual este mundo ha sido generado y en la cual se inscribe, como un efecto en su causa. Con el desarrollo de las teologías de las religiones terciarias se ha venido a concluir que esta realidad trascendente desde la que se explicaría este mundo es Dios, el dios monoteísta.
Pero para una filosofía racionalista que no parta de los dogmas teológicos, decir que este mundo recibe su última explicación de Dios, no es una respuesta sino el desplazamiento de la cuestión, porque entonces, ahora, lo que se plantearía sería: ¿qué es Dios, qué es esa realidad llamada «dios»? No hay para ello una respuesta satisfactoria, salvo para el dogmatismo teológico. De manera que filosóficamente, desde la investigación crítico-racionalista, la respuesta de la «teología revelada» nos deja como al principio.
El modo más elegante de salir de este escollo fue, creemos, el que planteó Baruch Spinoza (1632-1677) al identificar a Dios con la Naturaleza: Deus sive Natura. Lo que nos trae de nuevo a la «Naturaleza».
Apelar a la trascendencia para explicar este mundo es iniciar un camino de escape como una puerta abierta a ningún sitio, debiendo suponer además que tras esa puerta «la» «realidad» fundante de la realidad de este mundo se halla integrada en algún tipo de entidad monista, absoluta, única y definitiva. Pero eso es afirmar demasiado: ¿por qué debería ser algo único y no algo plural (pluralidad irreductible a una sola entidad)?, ¿por qué algo único absoluto y no pluralidades relativas?, ¿por qué algo definitivo (fijo e inmutable en algún sentido) y no el reconocimiento de una pluralidad dinámica sin fin?
Resta, por tanto, el camino racional de la inmanencia: este mundo ha de ser explicado desde este mundo. Y, entonces, las posibilidades del espiritualismo se irán desvaneciendo a favor de tesis materialistas: no hay espíritu; todo es materia, e incluso los fenómenos «espirituales» (pensar, recordar, rezar…) necesitan anclaje físico y son además géneros de materialidad. Existe un materialismo monista y reduccionista, que defiende que todo es física, pero existe también un materialismo pluralista y no reduccionista que, por ser mucho más potente, es al que nos acogeremos aquí.
El materialismo pluralista defiende que no todo es reducible a materia física. Pero ello no lleva a afirmar el espíritu porque ¿qué es el espíritu?: ¿una realidad radicalmente no material? Y, entonces: ¿dos realidades absolutamente distintas?, y así pues: ¿cómo se relacionan?; y, en consecuencia, ¿por qué no tenemos ninguna constancia racional del «espíritu» si no es a través de las partes materiales de lo real?
La respuesta del materialismo monista, que tampoco satisface las exigencias del materialismo pluralista, dirá que puesto que no hay espíritu, todo es física. Pero, según el materialismo pluralista, es verdad que no se da ningún proceso sin el nivel físico de las cosas, pero eso no quiere decir que todo lo que existe esté contenido en el nivel físico y se reduzca a él, como una astilla en la madera, sino que los géneros de materialidad no se contienen unos en otros aunque actúen siempre interrelacionadamente.
Pero entonces, dirá el espiritualista: ¿no es lo mismo el espíritu que un concepto y que un sentimiento? Responderá el materialista pluralista: sí, si se quiere hablar así, pero insistiendo bien en que el concepto y el sentimiento se resuelven según una lógica material como parte de este mundo, inmanentemente, y no en virtud de una lógica desconocida, supuestamente trascendente, y en nombre de una realidad absolutamente no-material, esto es espiritual (en el sentido del espiritualismo), o sea, espiritual: con un estatuto independiente de cualquier nivel de materialidad que se considere. El espiritualista podrá creer que las almas se van a un cielo o lugar espiritual (¿totalmente espiritual?: ¿qué lugar es ese?), mientras que el materialista no podrá creer en esa impostura racional.

El materialismo pluralista no reduccionista conduce a aceptar otros géneros de materialidad: la materia psicológica y la materia abstracta. Tendremos, de este modo, tres géneros de materialidad: M1, M2 y M3, donde M1 es la materia en sentido físico (una célula o una pintura), M2 la materia en sentido psíquico (un recuerdo o una imagen de una pintura o el aprendizaje de un teorema) y M3 la materia en sentido abstracto (un teorema matemático o la verdad o la belleza de una cosa).

II.2. Materialismo pluralista. M, M1, M2 y M3
El peligro de quedar enredado en una perspectiva metafísica se esquiva, de momento, al traducir la idea de «realidad» por la idea de «materia». La pregunta «¿qué es la realidad?» ha de quedar globalmente sin responder y ha de ir respondiéndose al transformarse en múltiples preguntas: ¿qué es la materia?, ¿cuántas materias hay?, ¿hay algo además de materia?
Si queremos huir de la perspectiva metafísica es porque concebimos que el quehacer filosófico ha de reconstruirse continuamente desde las verdades científicas, a sabiendas de que ellas solas no son suficientes pero sí determinantes de cualquier pretensión de saber; la vía metafísica, cansada de tanta dependencia (o por pura irresponsabilidad o desconocimiento), rompe estas amarras y practica un «vuelo racional» que tiene el peligro de navegar a la deriva.

De este modo, desde una determinada teoría filosófica (no clausurada sino abierta) que puede sufrir internamente pliegues y recorridos novedosos, entiendo por real (con el materialismo filosófico) la materia considerada en una doble escala, M y Mi, materia ontológico general y materia ontológico especial respectivamente, y dentro de la ontología especial tres géneros de materia inconmensurables entre sí, de modo que ninguno puede reducir a todos los demás, aunque perfectamente imbricados unos en otros: M1, M2 y M3.

M1 puede hacerse equivaler con los fenómenos físico-naturales. M2 con los fenómenos psíquicos. M3 con las ideas abstractas que desbordan el mero anclaje psicológico o inter-psicológico.
Mi comprende la suma de M1, M2 y M3, en tanto géneros materiales del mundo conocido, y, por ello, porque puede concebirse (aunque no conocerse) una realidad no resuelta en esa suma (pero no trascendente a ella), hablaremos de M o materia ontológico general. Este plano general se escapa en buena medida al conocimiento humano y, por ello, M es una idea que funcionará negativamente, pero que no obstante asentará ya el modelo ontológico en que nos hallamos, al inclinarse por entender toda la realidad desconocida como materia (no como espíritu), desde el pluralismo (rehuyendo el monismo o el dualismo) y desde la inmanencia.
Sólo metafísicamente o desde un supuesto espiritualista puede afirmarse que la realidad es «un todo» o algo «único». Al materialismo consecuente le es consustancial el pluralismo.

En la filosofía del siglo XVIII, Christian Wolff (1679-1754) distinguía, dentro de la metafísica, la ontología general y la ontología especial. La ontología general debía ocuparse del conocimiento del ser en general, es decir, de aquello que determina a todos los entes: la sustancia, la causa, la esencia, etc. La ontología especial se dividía en los tres grandes apartados correspondientes a los tres objetos de conocimientos existentes: Cosmología, Psicología racional y Teología, es decir, respectivamente el Mundo, el Alma y Dios, estudiados por la metafísica.
Paralelamente a la terminología de Wolff, pero distante de su metafísica, el materialismo filosófico de Gustavo Bueno propone diferenciar M1, M2 y M3 bajo el rótulo de Mi, o materia ontológico especial (paralela a la metafísica de la ontología especial), y M o materia ontológico general (paralelo a la metafísica de la ontología general). Pero mientras que las tres ideas del metafísico racionalista alemán (Mundo, Alma y Dios) caben ser pensadas independientemente, al coincidir su idea con una sustancialización dada, los tres géneros de materialidad, aunque son inconmensurables e irreductibles entre sí, no pueden ser pensados sino en symploké mutua. Por otra parte, el concepto «dios» es sustituido por realidades abstractas inmanentes y materiales. Se podría entonces retrotraer el concepto «dios» hacia la ontología general (Dios = M), en cuyo caso este concepto ya no coincidiría con el Dios de las religiones y se resolvería en algo como el Deus sive Natura spinozista. Pero este concepto se convierte en insostenible (salvo para explicar la historia de las religiones) cuando la Natura naturans o el trasfondo de la realidad o la materia ontológico general se concibe de manera pluralista y no monista.
Llamaremos, pues, a M: materia ontológico general; a Mi: materia ontológico especial, cuyos géneros de materialidad se dan en interrelación: M1 o materia primogenérica, M2 o materia secundogenérica y M3 o materia terciogenérica.


Algunos autores como Georg Simmel (1858-1918) o Karl Popper (1902-1994) han distinguido también, respectivamente, tres reinos y tres mundos en la realidad, pero estos autores se han cuidado de introducir al menos en uno de esos mundos o reinos el supuesto espiritualista, con lo que su ontología no resulta ser materialista.

II.3. Ego trascendental e hiperrealismo

¿Puede un ego psicológico, limitado, parcialmente aislado, con una breve vida y sometido a múltiples interpretaciones contaminadas de relativismo, escepticismo, dogmatismo, subjetivismo, solipsismo…, atrapado en un mundo de mera opinión…, puede atreverse a reconstruir el «mapa de la realidad»? No podrá con el mapa de «la» realidad, pero sí con un mapa determinado en un momento histórico y considerando que ese sujeto puede constituirse en algo más que puro sujeto psicológico cuando participa socialmente del conjunto de instituciones en los que el conocimiento científico-filosófico es capaz de incidir en el mundo, reconstruyéndolo, a escala no sólo física, etológica o psicológica sino además con la abstracción característica de estos conocimientos crítico-racionales.

Y si el anclaje del conocimiento del sujeto no es meramente psicológico, ¿qué es? ¿Desde dónde se habla de estas distintas materias (M, M1, M2 y M3)? O, si se quiere ¿cuál es el anclaje gnoseológico de esta ontología? El anclaje es el Ego trascendental (E). El Ego trascendental es el sujeto cognoscente que se constituye «en el proceso recurrente de un paso al límite de las relaciones de identidad (M3) al que tienden los sujetos operatorios (M2) en tanto actúan a través de sus individuos corpóreos (M1)» (P. García Sierra: Diccionario filosófico, Pentalfa, Oviedo, 2000, pág. 112).

Pero el sujeto que opera en el Ego trascendental no hay que entenderlo dentro de una simple oposición al objeto. El hiperrealismo es la concepción ontológica propuesta por Gustavo Bueno que se opone tanto al realismo como al idealismo. El sujeto del hiperrealismo no es en su origen un sujeto aislado, sino un conjunto de sujetos de la misma especie que actúan y operan de modo igual o semejante. Pero no es sólo un conjunto de sujetos de la misma especie, sino el sujeto animal que capta a su modo el mundo.

Citemos directamente: «Cuando nos situamos en el marco binario S/O los fenómenos nos obligan a plantear la disyuntiva entre el idealismo (los fenómenos como «proyecciones» de formas del sujeto desde sus terminaciones nerviosas, o su cerebro, hacia el locus apparens de los objetos) y el realismo (los fenómenos como reflejos en mi cerebro de objetos, de ese modo duplicados). Pero, situados en la estructura compleja y heterogénea de la red intersubjetiva (heterogeneidad que es también interna a cada sujeto, cuando se le considera estratificado según los diversos órganos de los sentidos, correspondientes, además, a diferentes niveles de evolución zoológica: tacto, vista, termosensores...), estamos en condiciones de poder afirmar que muchos de esos «espacios vacíos» son, más que «ausencias de realidad» (o «zonas de no ser»), «ausencias de percepción» o de conocimiento: son zonas invisibles (o inaudibles o intangibles) para un sujeto (o para un sentido del sujeto), pero visibles (o audibles o tangibles) para otros. Es ahora cuando se hace preciso introducir la dialéctica del enfrentamiento entre los diversos órganos del conocimiento de cada sujeto y a los sujetos de la misma o de diferentes especies. [...] Es la dialéctica de los diversos sentidos y de los diversos sujetos sensoriales de la misma o diferente especie, coordinados por las operaciones de los sujetos operatorios, lo que nos permite a los animales y a los hombres la configuración lógica del mundo que le es propia» (P. García Sierra: Diccionario filosófico, págs. 118-121.).

Así pues, cuando decimos «realidad» sobreentendemos siempre «materia» entendida pluralmente, tanto desde su marco de materialidad indeterminada (M) como desde su ordenamiento más positivo y preciso, correlacionado con las categorías científicas pero no agotado en ellas, a través de sus tres géneros de materialidad especial (M1, M2 y M3). Cuando decimos «realidad» sobreentendemos que quien lo dice es un Ego trascendental (que no se reduce a M2), dado en la perspectiva de la doctrina del hiperrealismo defendido por el materialismo filosófico.

Anexo II. La ontología según el materialismo filosófico. Profundización.
(Esta anexo está tomado del libro de texto Filosofía, 1º bachillerato, Eikasía editorial, 2004, tema 5, apartados 6. Autor del tema 5: Pablo Huerga Melcón. Coordinadores del libro de texto: Silverio Sánchez Corredera y Pablo Huerga Melcón).


1. La ontología materialista
(Nota: El contenido de este apartado lo basamos en los Ensayos materialistas de Gustavo Bueno, 1972).

La ontología materialista ha sustituido la pregunta por el ser, por la pregunta por la materia. Pero la idea de materia no se agota en el contexto de la producción humana, si esta se entiende como un proceso inacabado. Por eso es necesario abordar la idea de materia desde la ontología especial (marco de nuestras operaciones), y desde la ontología general. En la ontología general se abordará la idea de materia, o la cuestión de la indeterminación esencial del proceso de producción. En la ontología especial se abordará la idea de materia desde el contexto de la idea de materia determinada.
Para exponer los rasgos básicos de la ontología materialista tomamos como referencia la clasificación clásica de Wolff entre ontología general y ontología especial. Si tradicionalmente la ontología general trata del «ser en general» y la ontología especial, de las regiones o géneros del ser (las tres ideas de la metafísica: mundo, alma, Dios), la ontología general materialista versará sobre la Idea de Materia; mientras que la ontología especial versará sobre los géneros de materialidad.

1.1. Ontología general materialista

1. Como vimos en el primer tema, los materiales con los que trabaja la filosofía son las ideas. Una de estas, la más significativa desde el punto de vista de la ontología, es la idea de Materia. Decimos que la Materia es una idea filosófica y no un contenido categorial de alguna ciencia, porque ella está presente en los más diversos ámbitos categoriales, en todas las ciencias, en las técnicas, y en toda actividad humana. Pero su presencia no es unívoca, sino más bien equívoca, en el sentido de que la acepción de materia derivada de los distintos ámbitos de la acción humana no es uniforme, sino contradictoria. La materia aparece en principio, ya decíamos más atrás, como «materia determinada», entendida como pluralidad de cuerpos «manipulables», operables.

2. Pero el concepto de materia que nos propone la física cuando nos ofrece los resultados de sus investigaciones sobre partículas subatómicas, en los aceleradores de partículas, es muy distinto. Allí la materia se manifiesta de manera extraña, con partículas que se desvanecen casi instantáneamente, vistas a través de rastros en una placa fotográfica. Una inestabilidad esencial que propicia la imagen de un perpetuo fluir, más que la de una realidad estable, corpórea. Masa y energía son intercambiables. Dependiendo del diseño del experimento, la materia a este nivel subatómico se nos manifiesta de modo ambivalente, como onda, o como corpúsculo, pero nunca de las dos maneras a la vez, lo cual llevó al principio de indeterminación de Heisenberg, abriendo el campo a todo tipo de especulaciones teológicas. Se habla de partículas sin masa, o de realidades unidimensionales como las «supercuerdas», o de «antimateria», para referir el comportamiento anómalo de determinados elementos.
La materia se manifiesta en el estudio del cosmos de un modo también extraño. El universo se presenta como una realidad originada en una singularidad que responde al nombre de «nada» más que a cualquier otra cosa, y entre los postulados propuestos para la defensa de la teoría del estado estacionario del cosmos, está el de la creación continua de materia de Hoyle. Creación «de la nada» (bien es verdad, que en cantidades muy pequeñas...) La materia parece infinitamente divisible, contra cualquier superficial atomismo práctico, y su indagación nos aleja cada vez más de cualquier tipo de determinismo, y más aun de cualquier visión del mundo «como un todo».

3. La materia a escala física es incapaz de explicar el funcionamiento y la estructura de la materia a escala biológica, aunque sus contenidos sean esenciales. Pero tampoco la materia a escala biológica es capaz de dar cuenta de los contenidos de la etología. No es posible explicar en términos biológicos la conducta animal, y menos aún la conducta humana, por más intentos que haya habido en este sentido (uno de los más significativos es la escuela llamada «sociobiología»). Si Dawkins pudo escribir su libro El gen egoísta sobre la hipótesis de que nuestros cuerpos son los instrumentos de que se valen los genes para perpetuarse como tales, Hilary Rose y Lewontin pudieron contrarrestar con su libro, No está en los genes, para explicar que las razones que guían el comportamiento de los hombres están en la historia y la sociedad, por más paralelismos que podamos encontrar entre la conducta agresiva de un chimpancé y la de un héroe militar americano de la pequeña pantalla. Los proyectos a favor de la Eugenesia, como mecanismo para recuperar el vigor en las naciones (tal y como se proponía en EEUU y en la Alemania Nazi), pudieron llevar, por el contrario, a la URSS a condenar a muerte a uno de sus mejores genetistas (Nicolai Vavilov), en aras de una ideología socialista en virtud de la cual todas las diferencias entre los hombres deben ser solamente históricas, sociales (este fenómeno se conoce como el Affaire Lysenko). Menos aún podrá explicar, en términos físicos o químicos, ni siquiera bioquímicos, la historia de la humanidad, y menos aún la propia historia de las ciencias. Pero todos estos campos categoriales nos hablan de la realidad, de la materia. Una realidad que no queda cancelada ni resuelta por ninguna explicación unívoca.
Ahora bien, la idea de materia que así se nos presenta «no significa otra cosa que la negación de la posibilidad de que el entendimiento de la realidad quede definitivamente cancelado en virtud de explicación unívoca alguna» (Vidal Peña, «Ontología», en Miguel Ángel Quintanilla, Diccionario de filosofía contemporánea, ed. Sígueme, Salamanca 1976).

4. Por otra parte, los campos de las ciencias mantienen ámbitos de indeterminación esenciales, es decir, el reconocimiento de la imposibilidad de un conocimiento definitivo acerca de todo lo real. Esta cuestión está en la base de lo que se llamó precisamente la crisis de los fundamentos de las ciencias, a principios del siglo XX y que llevó a Lenin a publicar su Materialismo y empiriocriticismo. Esta misma crisis se vio agravada con el establecimiento del Principio de incertidumbre de Heisenberg que animó especulaciones de todo tipo y contra el que Einstein luchó toda su vida, sin resultado. La tesis de Newton según la cual otros mundos distintos al nuestro y dotados de otras leyes naturales son posibles, sigue siendo absolutamente válida, y el ignorabimus!, es decir, la existencia de franjas de imposible conocimiento por parte del hombre sigue creciendo conforme avanzan las ciencias en su camino de cancelación de las apariencias.

5. La tesis de la ontología general materialista dirá que la realidad es materia, que todo es materia, pero que la materia se dice de muchas maneras, de tantas al menos, cuantas categorías hay, pero sin que ninguna de ellas pueda servir de fundamento, ni de explicación, ni de razón unívoca de «lo que hay».
El materialismo es entonces, incompatible con cualquier filosofía monista o reduccionista. El materialismo es pluralismo radical. No se puede hablar filosóficamente de algo así como «realidad en general», porque no hay tal cosa. El concepto de materia es negativo y crítico. Pero tampoco es la nada. La idea de materia en sentido ontológico general es el resultado del ejercicio crítico de la filosofía tal y como quedó formulado en la obra de Platón, y concretamente en el Mito de la caverna (véase actividad inicial). La idea de materia es el resultado de un regressus crítico ejercido sobre y desde el mundo de los fenómenos, desde el mundo conocido y recogido en los más diversos ámbitos categoriales en los que el hombre ejerce incesantemente, históricamente, la cancelación de las apariencias, es decir, la construcción de la realidad.
La Materia en sentido ontológico general, tal como se nos presenta desde la perspectiva de la cancelación de las apariencias operada por las ciencias y en general por la producción humana, supone la «desustancialización de toda realidad, de toda fijación. La perspectiva de la fluidez de todo lo real» (G. Bueno, Ensayos materialistas, pág. 176).
La materia en sentido ontológico general supone la negación de cualquier fundamento, ya sea teológico (Dios), o metafísico, algo como el «ser», y la afirmación de que cualquier intento por restablecer la teología o la metafísica no muestran más que el miedo a afrontar no solamente la realidad como construcción humana, sino el miedo a afrontar la responsabilidad que el hombre tiene en la determinación de «lo que es».

6. El ateísmo, y no solamente el agnosticismo, es decir, no la duda ante lo que hay, sino el reconocimiento de que las ciencias han desechado a Dios (como le dijo Laplace a Napoleón, cuando éste le preguntó si había incluido a Dios en su sistema, a lo que Laplace contestó “señor, yo no he tenido necesidad de esa hipótesis”), es la conclusión del materialismo. La idea de Dios se ha ido convirtiendo cada vez más, a lo largo del último siglo, en la expresión timorata de ese ignorabimus!
Pero si las franjas de nuestra ignorancia se amplían incesantemente, más se afirman los conocimientos ciertos que nos proporcionan las ciencias, alejando de ellos cualquier rastro de teología. Si las contradicciones antes consideradas abren el camino hacia una idea de materia en sentido ontológico general como pura negatividad, como expresión de la imposibilidad de establecer ningún fundamento, precisamente en virtud de nuestros firmes conocimientos, esa negación tiene una fórmula etimológica: «a-teísmo».

1.2. Ontología especial materialista

1. La ontología especial se refiere tradicionalmente a las regiones o géneros del ser. Aquí nos referiremos a los géneros de la idea de materia. Estos géneros, según lo dicho anteriormente, no agotan la realidad, la materia, pero estructuran el material categorial desde el que se ejerce la reflexión, el regressus hacia la Idea de Materia en sentido ontológico general. Los géneros de materialidad son inconmensurables, y por tanto, no pueden reducirse los unos a los otros, ni explicarse los unos desde cualquiera de los otros. El contexto en el que se configuran como tres géneros de materialidad, como vimos más atrás, es el contexto técnico, práctico, pero ampliado en razón del mismo desarrollo de las ciencias y visto desde la perspectiva de la negatividad representada por la Idea de Materia en sentido ontológico general.

2. Estudiaremos los tres géneros de materialidad desde un punto de vista denotativo, es decir determinando las materialidades a las que se refiere cada género:

2.1. El primer género de materialidad o M1 cubre la dimensión ontológica en la que se configuran aquellas entidades (cosas, sucesos, relaciones entre cosas) que se nos ofrecen como constitutivos del mundo físico exterior; es decir, todas aquellas entidades, tales como campos electromagnéticos, explosiones nucleares, edificios o satélites artificiales que giran; por tanto, también colores en cuanto cualidades objetivas desde un punto de vista fenomenológico. En este género de materialidad se disponen en conjunto todas las realidades exteriores a nuestra conciencia. Todas las cosas que se aparecen en la exterioridad de nuestro mundo. Los cuerpos y las propiedades objetivas asociadas a ellos en la percepción. Epistemológicamente distinguiremos en este género los contenidos exteriores dados fenomenológicamente, dentro de unas coordenadas históricas presupuestas, por un lado, y por otro, los contenidos exteriores que no se dan fenomenológicamente, pero que son admitidos como reales, en este género, por otros motivos (la cara opuesta de la luna en fechas anteriores a su circunvalación por los soviéticos y norteamericanos; el centro de la tierra).

2.2. El segundo género de materialidad o M2 acoge todos los procesos reales dados en el mundo como «interioridad», es decir, las vivencias de la experiencia interna. Los clasificaremos epistemológicamente en dos: las vivencias de la experiencia inmediata de cada cual, emociones, sensaciones cenestésicas... Esta experiencia se da en el fuero interno, los dolores, apetitos, etc. Por otro lado están los contenidos de la experiencia ajena (animal o humana) en la medida en que esta experiencia es sobreentendida como interioridad. Estos contenidos, aunque son invisibles no por ello son menos materiales y reales que los primeros y envuelven toda la conducta humana. Su aspecto material se manifiesta cuando totalizamos esta experiencia, cuando consideramos los procesos internos de cada individuo formando parte de un medio común, dotado de la legalidad determinista peculiar en la que se basan las esperanzas que los políticos ponen en sus mensajes electorales, o en la que se basan los vendedores de productos en los anuncios publicitarios, etc. No hay duda de que la elección de un partido es un proceso estrictamente personal, o la elección de un producto cualquiera, pero tampoco hay duda de que esa elección se ve en gran medida afectada por los estímulos externos usados para su venta, al menos cuando coincide que de todos los partidos, millones votemos al mismo, o cuando coincide que de todos los refrescos del mundo, millones elegimos coca-cola, etc.

2.3. El tercer género de materialidad (M3) denota objetos abstractos, es decir, no exteriores, pero tampoco interiores, tales como el espacio tridimensional geométrico reglado, las rectas paralelas, el conjunto de los números primos, el sistema de los cinco poliedros regulares, la «Langue» de Saussure, aunque también habría que incluir en este género no sólo las entidades esenciales, sino también entidades individuales y concretas, empíricas, aunque ya irrevocables, como son las realidades sidas en la medida en que su ser actual ya no pertenece ni al primer género, ni al segundo: César, por ejemplo, no es una parte del mundo físico actual, ni del segundo género.

3. Desde un punto de vista epistemológico, podemos decir que cada género va asociado a operaciones cognoscitivas bien diferenciadas:
El primer género va asociado a los llamados sentidos externos (vista, oído, tacto, etc.), a la percepción externa.
El segundo género va asociado con los sentidos internos, intraceptores, sensaciones cenestésicas, etc.
El tercer género va asociado a operaciones más complejas, vinculadas a la corteza cerebral (deducción, abstracción, imaginación..)

4. Además, podemos considerar que en cada género de materialidad pueden determinarse esferas científicas diversas. Así por ejemplo, en el primer género estarán las ciencias biológicas, las mecánicas; en el segundo género situaremos las ciencias sociológicas, las psicológicas, las etológicas; en el tercer género situaremos las ciencias matemáticas, las morales, las lógicas. Ello sin perjuicio de que en cada ciencia, técnica, o proceso social, personal, etc., podamos encontrar la presencia de los tres géneros de materialidad entretejidos de modo diverso.

5. Los criterios ontológicos utilizados para realizar esta clasificación serán los siguientes:
En el primer género de materialidad se reúnen todas las entidades que, de un modo inmediato caen en el ámbito del espacio, pero entendiendo por espacio no un concepto geométrico, sino el espacio individual, en el que se dan las relaciones de lejanía o proximidad, de movimiento-desplazamiento, cambio. Un espacio dotado de unicidad según la percepción históricamente constituida.
El segundo género de materialidad reúne a todas las entidades que caen en el ámbito del tiempo presente, considerado también no como una idea abstracta, sino como una magnitud individual dotada de unicidad. El tiempo es el modo de relación característico de las entidades del segundo género.
El tercer género de materialidad reúne a todas las entidades que propiamente no caen ni en el espacio, ni en el tiempo, aunque sean resultado de la producción histórica humana.

6. En virtud de la negatividad establecida en la idea de Materia en sentido ontológico general, diremos que frente a la visión metafísica tradicional, ni M1 supone la idea de una sustancia extensa como soporte de esa realidad, ni M2 supone una sustancia espiritual, ni M3 alude a una sustancia divina, a un «cielo de las ideas». De la misma manera, ninguno de los géneros puede absorber a los otros dos, erigiéndose en la «verdadera materialidad». Las distintas reducciones que han sido ejercidas en la historia de la filosofía por diversas escuelas pueden quedar englobadas en una primera aproximación en los tres formalismos siguientes:

6.1. Formalismo primario: reducción de M3 y M2 a M1. Caso del mecanicismo, sea atomístico u holístico. Es un caso bastante común en la filosofía espontánea de los científicos. Se trata de un monismo reduccionista que suele ejercerse desde la química o la física utilizando sus categorías para dar cuenta de «todo lo demás».

6.2. Formalismo secundario: reducción de M3 y M1 a M2. Caso del subjetivismo, sea individual, representado por el solipsismo, social, el sociologismo, tipo Protágoras antes comentado, o trascendental: el del idealismo kantiano. En general este formalismo secundario da cuenta del idealismo en su sentido más fuerte, tal como lo representa Berkeley, por ejemplo.
6.3. Formalismo terciario: reducción de M2 y M1 a M3. Caso del esencialismo platónico en donde la realidad de los fenómenos físicos o mentales se interpreta como apariencia frente a las esencias, entendidas como la verdadera realidad. Un caso extremo lo representará el pitagorismo que reduce todo a proporciones numéricas. El esencialismo, obviamente considerará las esencias como necesarias e intemporales, «descubiertas» por el hombre, o entrevistas en la mente de Dios a través de la naturaleza, etc.

7. Esto no significa que no existan correspondencias entre diversos géneros, que dan la medida de la aplicación de modelos gnoseológicos de una ciencia a otra que estudia realidades de otra escala, etc.
Entre M1 y M2: el comportamiento de un grupo de ciudadanos abandonando un estadio de fútbol ante una situación de emergencia, y el movimiento browniano de las partículas de un gas, etc.
Entre M1 y M3: la correspondencia entre la elipse dibujada por el astrónomo para representar el movimiento de un planeta y la elipse como figura geométrica, etc.
Entre M2 y M3: la correspondencia base-superestructura, cuando Farrington dice que la ciencia griega es resultado de una clase ociosa, o del sistema esclavista, etc.
Todas estas correspondencias quedan convenientemente rectificadas por la perspectiva crítica de la inconmensurabilidad entre los géneros que representa la idea de Materia en sentido ontológico general. Sería, por tanto, acrítico todo intento «cientista» de querer dar cuenta de la realidad desde una determinada categoría, como más explicativa que cualquier otra.

1.3. Relación entre ontología general y ontología especial

1. La idea de materia ontológico-general es la crítica de todo intento de sustancialización del mundo. Su intervención hace que los contenidos mundanos, que toda verdad humana adquiera un aspecto problemático, no definitivo. Es decir, que todos los contenidos mundanos sean vistos bajo la perspectiva de la historia de la producción humana; bajo la perspectiva según la cual es imposible alcanzar un conocimiento definitivo de lo real y entenderlo como «un todo».
Como idea históricamente constituida, el regressus crítico que supone la idea de materia ontológico general, la negación permanente, se hace desde y sobre los materiales del mundo en tanto muestran una heterogeneidad irreductible.

2. La filosofía materialista, como se ha dicho, es ante todo el intento de asumir a fondo la responsabilidad que el hombre tiene en la historia y, por tanto, en la configuración de la realidad, admitiendo que nada es definitivo, y que el resultado de la composición de nuestras acciones nos lleva hacia lugares inesperados e inexplorados, más allá de nuestra voluntad, pero contando necesariamente con ella. Como dice Gustavo Bueno:
«La razón materialista se constituye por la crítica a los conceptos del entendimiento, como conceptos mundanos, crítica que está vinculada a la misma posibilidad que tienen las cosas para autodestruirse, por la mediación de otras. La conciencia racional, en tanto que ligada al mundo, in medias res, sólo puede desarrollarse y avanzar con el proceso mismo del mundo haciéndose y deshaciéndose: no puede ir más allá del estado en que el mundo se encuentra. Pero la conciencia de su limitación por el estado del mundo le hace desear el cambio del mundo como condición necesaria para que nuevas determinaciones puedan producirse, nuevos problemas resolverse. Al mismo tiempo, tiene que desear la permanencia de los cuerpos, en cuanto solidaria de ellos. Este interés de la conciencia filosófica por el cambio del mundo, como condición de su propio progreso, y, al mismo tiempo, esta experiencia de permanencia en los cuerpos como condición de su existencia, es la antípoda, por un lado, del inmovilismo, y por otro de la visión escatológica. Exigir el cambio de las cosas del Mundo corpóreo sin destruir el Mundo, sumergiéndolo en un transmundo incorpóreo, es la contradicción misma en la que puede darse la acción revolucionaria –que busca el cambio del mundo social, mediante la lucha, que, poniendo en peligro el propio cuerpo, por la muerte, asegure, sin embargo, una nueva posibilidad de vida a ese cuerpo que ha sido destruido» (G. Bueno, Ensayos materialistas, págs. 182-83).

ACTIVIDADES

I. COMENTARIOS DE TEXTO:

Cualquier capítulo, apartado o fragmento significativo puede ser comentado, debiendo aclararse 1) los conceptos fundamentales, 2) el significado del texto en su contexto general y 3) el problema que subyace al problema planteado.

II. RESÚMENES Y ESQUEMAS
El tema completo, junto con cada temática diferenciada, ha de ser resumido, teniendo en cuenta los distintos apartados. En paralelo a los resúmenes, algunos esquemas de las ideas fundamentales que se van desplegando acabarán por fijar lo fundamental de los contenidos.

III. CONCEPTOS Y AUTORES

III.1. Conceptos que han de ser definidos aisladamente o puestos en la relación conveniente:
Realidad. Metafísica y ontología. Materia, realidad metafísica, inmanente, trascendente. Espiritualismo, materialismo, materialismo monista, materialismo pluralista. Materia ontológico general (M), materia ontológico especial (Mi), M1 (materia primogenérica), M2 (materia secundogenérica) y M3 (materia terciogenérica). Hiperrealismo. Ego psicológico y Ego trascendental.

III.2. Autores a identificar y glosar: Gustavo Bueno.

IV: TEMÁTICAS (han de ser desarrollos completos, hilvanados y argumentados sobre el tema propuesto):

La ontología del materialismo filosófico.

V. CREACIÓN FILOSÓFICA.

Reflexión crítica sobre la validez que se puede otorgar al espiritualismo y al materialismo.

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